La vocación al Císter

Seis años debió esperar santa Juana de Lestonnac desde que se quedó viuda en 1597 hasta que pudo entrar en la vida religiosa. En este periodo se entregó al ejercicio de todas las virtudes y al cuidado de sus hijos, procurando ponerles en estado o al menos en tales condiciones que, cuando se separase de ellos, pudiesen prescindir de los desvelos maternales. Así fue. Dos de sus hijas, Marta y Magdalena, profesaron en el convento de la Anunciata de Burdeos, muy cerca de la parroquia de Santa Eulalia. La Orden de la Anunciación de la Virgen María había sido fundada a principios de siglo por santa Juana de Valois, reina de Francia y gozaba de mucho prestigio entre las familias nobles.

Claustro del convento de las Anunciatas en Burdeos, donde ingresaron dos hijas de santa Juana.
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Por otro lado, su hijo Francisco en el año 1600 se casó con Margarita de Cazalis y santa Juana pensó que la hija que llevaba su nombre, probablemente de unos quince años, podía quedar bajo los cuidados de su hermano.
La situación religiosa de Francia favorecía la decisión de nuestra santa, pues en 1598, tras el Edicto de Nantes, la Francia católica vivía momentos de euforia en la práctica de la fe y las iniciativas a favor de una vida de entrega y sacrificio se multiplicaban. En la sociedad bordelesa se comentaba y se admiraba la decisión de Margarita de Polastron, de fundar en 1588, en Toulouse, un monasterio de monjas conocidas como las feuillants o fuldenses. Feuillants era el nombre que se daba a la reforma de los cistercienses dirigida por el abad Juan de la Barrière. Su nombre procede del francés  feuille (‘hoja’) y hacía referencia a su riguroso régimen de alimentación, que no incluía ni carnes ni huevos ni pescado. En este monasterio de estricta observancia ingresó en 1599 una princesa de sangre real, Antonia de Orléans, que causó gran admiración y entusiasmo en Juana de Lestonnac.

Retrato de Antonieta de Orléans y Longueville en el museo del Louvre.
Fuente: Wikipedia

Llegó, pues, el momento esperado por la señora de Lestonnac. En la primavera de 1603, cuando ya contaba 47 años de edad, tomó la decisión de entrar en el austero monasterio de las fuldenses. Comunicó sus deseos y pidió su admisión al padre Juan de San Esteban, provincial de los fuldenses, que se hallaba de paso en Burdeos, el cual, muy experimentado en la dirección de las almas, conoció que su vocación era de Dios. Él mismo escribió a la madre Carlota de Santa Clara, superiora del monasterio de Toulouse, comunicándole la petición de la nueva postulante.

En los planes de la Providencia el paso de santa Juana por un monasterio de vida contemplativa será decisivo para perfilar la obra a la que estaba destinada, pero ella lo ignoraba y creía que su entrada en el monasterio era la respuesta definitiva y generosa a las exigencias de la gracia.
Solo le quedaba a Juana el último adiós a su familia. Resolvió comunicar su decisión solo a su hijo y hacerlo el día antes de su partida. Profundamente sorprendido por la noticia, Francisco no podía articular palabra; cuando al fin lo consiguió, mostró todas sus razones para frenar la resolución de su madre. Pero esta se mantuvo firme y aún pidió a su hijo que no la acompañara hasta Toulouse como él quería.
El día siguiente, al romper el alba, la señora de Lestonnac se hallaba a las orillas del Garona, preparada ya para subir al barco. Pero en el momento de partir le estaba reservada todavía una prueba en extremo dolorosa. Su hija, que súbitamente se había despertado por el ruido de los criados, que lloraban la separación de su señora, se levantó y, al enterarse de lo sucedido, corrió a medio vestir al puerto del Garona y se echó a sus brazos. Juana, fortalecida por la gracia, consoló a su hija y subió a la embarcación.

Vista del puerto del Garona, en Burdeos, desde el castillo Trompeta, por Claude Joseph Vernet en 1759.
Fuente: Wikipedia

Llegó, pues, el momento esperado por la señora de Lestonnac. En la primavera de 1603, cuando ya contaba 47 años de edad, tomó la decisión de entrar en el austero monasterio de las fuldenses. Comunicó sus deseos y pidió su admisión al padre Juan de San Esteban, provincial de los fuldenses, que se hallaba de paso en Burdeos, el cual, muy experimentado en la dirección de las almas, conoció que su vocación era de Dios. Él mismo escribió a la madre Carlota de Santa Clara, superiora del monasterio de Toulouse, comunicándole la petición de la nueva postulante.

En los planes de la Providencia el paso de santa Juana por un monasterio de vida contemplativa será decisivo para perfilar la obra a la que estaba destinada, pero ella lo ignoraba y creía que su entrada en el monasterio era la respuesta definitiva y generosa a las exigencias de la gracia.
Solo le quedaba a Juana el último adiós a su familia. Resolvió comunicar su decisión solo a su hijo y hacerlo el día antes de su partida. Profundamente sorprendido por la noticia, Francisco no podía articular palabra; cuando al fin lo consiguió, mostró todas sus razones para frenar la resolución de su madre. Pero esta se mantuvo firme y aún pidió a su hijo que no la acompañara hasta Toulouse como él quería.
El día siguiente, al romper el alba, la señora de Lestonnac se hallaba a las orillas del Garona, preparada ya para subir al barco. Pero en el momento de partir le estaba reservada todavía una prueba en extremo dolorosa. Su hija, que súbitamente se había despertado por el ruido de los criados, que lloraban la separación de su señora, se levantó y, al enterarse de lo sucedido, corrió a medio vestir al puerto del Garona y se echó a sus brazos. Juana, fortalecida por la gracia, consoló a su hija y subió a la embarcación.El viaje duró cuatro o cinco días. Le acompañaban en la navegación el padre provincial de los fuldenses y algunos criados. Pero al desembarcar, en la misma playa, se le presentó otra prueba: su hijo Francisco, a pesar de la prohibición de su madre, salió de Burdeos pocos días después de ella, y tomando el camino real a caballo llegó antes a Toulouse. Los argumentos del hijo para hacer desistir a la madre no hicieron efecto y la respuesta que recibió fue: “Dios me llama y debo obedecer”. Con esta decisión cruzó santa Juana el umbral del monasterio.

Despedida de santa Juana de sus hijos.
Fuente: https://stjoana.blogspot.com

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