Los padres del cardenal Loaysa (I)

El empuje definitivo a la construcción del convento dominico en Talavera se lo dio el cardenal fray García de Loaysa (1478-1546). Obispo de Osma, después de Sigüenza y finalmente de Sevilla, fue nombrado cardenal con el título de Santa Susana. Se trata de un personaje clave no solo en la historia de nuestra ciudad sino en la de toda España: contó con la confianza del emperador Carlos V, siendo su confesor y consejero, fue Maestro General de los dominicos, Inquisidor General y presidente del Consejo de Indias. Por lo que respecta al levantamiento del convento de San Ginés, tal fue su ayuda que se le ha considerado su fundador.

García de Loaysa.
Fuente: https://santo-domingo.online/
Dos parece que pudieron ser los motivos que le empujasen a tal actuación: por una parte, su condición de dominico celoso de la observancia de su instituto, lo que le llevó a conceder el permiso para la reforma y a mirar con buenos ojos a los frailes de Talavera. Por otra parte, el cardenal vio también en este proyecto la posibilidad de construir en su villa natal un mausoleo para sus padres, así como su propio enterramiento. 
Para ello se preocupó del buen funcionamiento de las obras y de que el resultado de estas fuese una bella y digna capilla. Era esto un signo de su piedad filial que también demostró en los sepulcros que hizo labrar para los restos mortales de sus padres. Después de su muerte, él mismo sería sepultado en el sepulcro exento que formaba un mismo conjunto con los de sus progenitores. 
Los sepulcros de don Pedro de Loaysa y de doña Catalina de Mendoza se atribuyen al taller de Felipe Bigarny, quien trabaja en varias obras del entorno toledano en la década de 1530. De hecho, poco más tarde, en 1548, intervendría en la sillería del monasterio talaverano de San Bernardo. No se conserva ningún documento que acredite la autoría de los sepulcros de los padres del cardenal, pero sí existe el que confirma que hizo el del hijo, como ya veremos en otra entrada. Además, una característica del estilo del escultor borgoñón es la alternancia del alabastro y el jaspe rojo.
Balaustre de alabastro con contrapilastra y losa de jaspe rojo en el sepulcro de don Pedro de Loaysa.
Fuente: Archivo ONS Talavera

Estaban los cenotafios de los padres del cardenal ya concluidos el día de la bendición del convento, el 25 de abril de 1536, pues para este día fueron trasladados los restos de don Pedro Loaysa desde la capilla de San Juan en la Colegiata de Talavera y de doña Catalina de Mendoza desde el monasterio de Santa Catalina en la misma ciudad. Sus sepulturas se adosaron, según narran los testimonios, a los muros de la cabecera del templo a los lados del primitivo retablo. Gozan así del gran privilegio de situarse en el presbiterio, lugar reservado a las altas dignidades y comitentes del templo. Están, por tanto, más cerca del altar, donde se consagra el cuerpo y sangre de Cristo y se aseguraban así la constante oración de frailes y fieles al asistir a la Eucaristía.

Sepulcro de don Pedro de Loaysa.
Fuente: Archivo ONS Talavera

 En el muro del Evangelio, el de mayor honor, se ubica la sepultura de don Pedro y en el de la Epístola, la de doña Catalina. Siguen el modelo de sepulcro en arcosolio, tan frecuente en el momento, que supone no solo una concepción escultórica, sino también arquitectónica del monumento funerario.
La escultura en actitud orante se ubica en el nicho central, apoyada en un pedestal con el escudo familiar y flanqueada por dos balaustres. Sobre el entablamento, rematando el sepulcro, se dispone un tondo rodeado de ángeles. Labrados en alabastro, se reserva el jaspe rojo para elementos secundarios, como son las contrapilastras y las piezas sobre las que descansan la escultura orante y el tondo que remata el conjunto. El uso de un material noble como el alabastro refiere la dignidad del personaje, pues este era un material duradero y de difícil trabajo, lo que acentúa la valía de los monumentos y la categoría de los allí enterrados.

Sepulcros del obispo Diego de Avellaneda, en el Museo Nacional de Escultura (Valladolid), y de doña Catalina de Mendoza, en nuestro colegio. Los dos tienen la misma estructura y materiales.
Fuente: Archivo ONS Talavera y https://domuspucelae.blogspot.com/

El nicho central, muy ancho y de escasa profundidad, se remata con una venera invertida con la chanela hacia abajo, que, en su parte superior, se cubre de vegetación que se enrolla formando volutas. El centro de la venera es ocupado por el epitafio en una cartela. En el de la madre del cardenal se lee: AQUÍ YAZE DONNA / CATALINA DE MEN / DOCA MADRE DEL / ILLMO. S. CAR. DON / GARCIA DE LOAYSA.

Cartela del sepulcro de doña Catalina de Mendoza.
Fuente: Archivo ONS Talavera

En el del padre: AQUÍ YAZE PEDRO DE / LOAYSA PADRE DEL / ILLMO. S. CARD. DON GAR / CIA DE LOAYSA DEL CONSEJO / DE LOS REYES CATOLICOS. Estas cartelas son algo posteriores al conjunto, pues como recogen los documentos, los mandó poner años más tarde García de Loaysa Girón (1534-1599), arzobispo de Toledo y sobrino del cardenal.

Cartela del sepulcro de don Pedro de Loaysa.
Fuente: Archivo ONS Talavera
Las enjutas del nicho se decoran con cabezas de ángeles alados, motivo que se repite en el friso del entablamento. Son ángeles niños, cuya representación se reduce a lo más característico de su esencia: la cabeza, signo de su inteligencia y las alas, imagen de la rapidez de su movimiento. El papel de los ángeles en un sepulcro no es otro que el de intermediarios entre Dios y los hombres, ellos se encargan de llevar el alma al cielo. En los extremos del entablamento, sobre los balaustres, los ángeles son sustituidos por doncellas que podrían ser las sibilas que anunciaron la llegada del Mesías y que se representan en algunos sepulcros del momento. La aparición de personajes secundarios como estas doncellas es frecuente en los sepulcros de la nobleza, denotando la destacada posición social del difunto.
El entablamento, al sobresalir del plano de la hornacina para apoyarse en los balaustres, deja un espacio libre que es decorado con una serie de rosetas muy repetidas por Bigarny en sus obras.
Sobre el entablamento dos putti portan ondeantes banderolas y se sitúan a los lados del tondo central. Estos ángeles, desnudos, con el pelo rizado y corto se repiten mucho en el Renacimiento, son de clara influencia italiana. A su lado, en el mismo plano que los balaustres, se alzan esbeltos flameros.
El tondo, cubierto en su contorno de discreta vegetación, es ocupado por el intercesor del alma del difunto: la Virgen en el de doña Catalina, y Santiago el Mayor en el de don Pedro. 
La Virgen María, de cuerpo entero, está sentada y alarga su brazo derecho hacia su Hijo, en pie y desnudo, en un gesto de complicidad. Esta imagen es la de inferior calidad de todo el conjunto pero muestra la piedad mariana del momento, así como la concepción de la Virgen como la mejor intercesión ante Dios.
La figura de Santiago el Mayor, por el contrario, presenta gran maestría y pudo recibir influencia del Santiago de Gil de Siloé (1450-1501) que decoró el retablo mayor de la Cartuja de Miraflores, para el que Bigarny trabajó durante sus primeros años de actividad en Burgos. Este apóstol, patrón de España, lo es también de los caballeros, entre los que se contaba don Pedro. Es muy frecuente su representación en el momento, debido a su extendida devoción durante la Reconquista, recientemente concluida. Aquí se nos muestra como apóstol, con túnica y un libro abierto, y, anacrónicamente, como peregrino, con capa, bordón y sombrero de ala ancha decorado con veneras.
Tondo con Santiago el Mayor en el sepulcro de don Pedro de Loaysa.
Fuente: Archivo ONS Talavera

Todo el conjunto se eleva sobre un pedestal centralizado por una corona de hojas y frutos que enmarca los escudos familiares de los cónyuges. La guirnalda se compone, entre otras, de hojas de laurel, muy ligadas a la tradición clásica. Si en las antiguas Grecia y Roma era el trofeo de los vencedores, aquí la corona de laurel simboliza el triunfo del alma sobre la muerte y el premio a los mártires y a los fieles de la fe cristiana. También se representan granadas, algunas de ellas abiertas, que son símbolo de la vida eterna, pues entre sus numerosas semillas se encuentra el germen de la vida tras la muerte. La granada como símbolo de inmortalidad tiene sus orígenes en la mitología griega, pues era el fruto preferido de Perséfone, diosa que personifica la inmortalidad, y el fruto consagrado al dios de los infiernos, Hades.
Los escudos familiares se dibujan sobre cartelas de cueros recortados, rematados por un yelmo coronado, a su vez, con una guirnalda vegetal. La heráldica, presente en la escultura funeraria desde el siglo XIII, muestra la pertenencia del difunto a la nobleza y a una determinada familia.
En el escudo de los Mendoza cruza una banda transversal y es rodeado por ocho corazones. Descansa sobre una máscara, cuyo empleo se relaciona directamente con los sarcófagos romanos, referencia de los artistas de la escultura funeraria renacentista. En el sepulcro cristiano la máscara es símbolo de la muerte y de la noche.

Escudo de los Mendoza en el sepulcro de doña Catalina.
Fuente: Archivo ONS Talavera

En el sepulcro de don Pedro se dispone el escudo de los Loaysa formado por cinco flores de cuatro pétalos. Estas flores se repiten en las basas de los balaustres, en el cojín sobre el que se arrodilla doña Catalina y en aquel sobre el que reposa el cardenal. Se sustenta el escudo en un águila, símbolo de la resurrección por la renovación periódica de su juventud y plumaje, e imagen del viaje celestial del alma del difunto, así como de la victoria espiritual de la vida sobre la muerte. También era un ave representada por los romanos, para quien el águila era símbolo de la divinidad y de poder imperial.

Escudo de los Loaysa en el sepulcro de doña Catalina.
Fuente: Archivo ONS Talavera

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