El empuje definitivo a la construcción del convento dominico en Talavera se lo dio el cardenal fray García de Loaysa (1478-1546). Obispo de Osma, después de Sigüenza y finalmente de Sevilla, fue nombrado cardenal con el título de Santa Susana. Se trata de un personaje clave no solo en la historia de nuestra ciudad sino en la de toda España: contó con la confianza del emperador Carlos V, siendo su confesor y consejero, fue Maestro General de los dominicos, Inquisidor General y presidente del Consejo de Indias. Por lo que respecta al levantamiento del convento de San Ginés, tal fue su ayuda que se le ha considerado su fundador.
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Fuente: Archivo ONS Talavera
Estaban los cenotafios de los padres del cardenal ya concluidos el día de la bendición del convento, el 25 de abril de 1536, pues para este día fueron trasladados los restos de don Pedro Loaysa desde la capilla de San Juan en la Colegiata de Talavera y de doña Catalina de Mendoza desde el monasterio de Santa Catalina en la misma ciudad. Sus sepulturas se adosaron, según narran los testimonios, a los muros de la cabecera del templo a los lados del primitivo retablo. Gozan así del gran privilegio de situarse en el presbiterio, lugar reservado a las altas dignidades y comitentes del templo. Están, por tanto, más cerca del altar, donde se consagra el cuerpo y sangre de Cristo y se aseguraban así la constante oración de frailes y fieles al asistir a la Eucaristía.
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En el muro del Evangelio, el de mayor honor, se ubica la sepultura de don Pedro y en el de la Epístola, la de doña Catalina. Siguen el modelo de sepulcro en arcosolio, tan frecuente en el momento, que supone no solo una concepción escultórica, sino también arquitectónica del monumento funerario.
La escultura en actitud orante se ubica en el nicho central, apoyada en un pedestal con el escudo familiar y flanqueada por dos balaustres. Sobre el entablamento, rematando el sepulcro, se dispone un tondo rodeado de ángeles. Labrados en alabastro, se reserva el jaspe rojo para elementos secundarios, como son las contrapilastras y las piezas sobre las que descansan la escultura orante y el tondo que remata el conjunto. El uso de un material noble como el alabastro refiere la dignidad del personaje, pues este era un material duradero y de difícil trabajo, lo que acentúa la valía de los monumentos y la categoría de los allí enterrados.
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El nicho central, muy ancho y de escasa profundidad, se remata con una venera invertida con la chanela hacia abajo, que, en su parte superior, se cubre de vegetación que se enrolla formando volutas. El centro de la venera es ocupado por el epitafio en una cartela. En el de la madre del cardenal se lee: AQUÍ YAZE DONNA / CATALINA DE MEN / DOCA MADRE DEL / ILLMO. S. CAR. DON / GARCIA DE LOAYSA.
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En el del padre: AQUÍ YAZE PEDRO DE / LOAYSA PADRE DEL / ILLMO. S. CARD. DON GAR / CIA DE LOAYSA DEL CONSEJO / DE LOS REYES CATOLICOS. Estas cartelas son algo posteriores al conjunto, pues como recogen los documentos, los mandó poner años más tarde García de Loaysa Girón (1534-1599), arzobispo de Toledo y sobrino del cardenal.
Fuente: Archivo ONS Talavera
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Todo el conjunto se eleva sobre un pedestal centralizado por una corona de hojas y frutos que enmarca los escudos familiares de los cónyuges. La guirnalda se compone, entre otras, de hojas de laurel, muy ligadas a la tradición clásica. Si en las antiguas Grecia y Roma era el trofeo de los vencedores, aquí la corona de laurel simboliza el triunfo del alma sobre la muerte y el premio a los mártires y a los fieles de la fe cristiana. También se representan granadas, algunas de ellas abiertas, que son símbolo de la vida eterna, pues entre sus numerosas semillas se encuentra el germen de la vida tras la muerte. La granada como símbolo de inmortalidad tiene sus orígenes en la mitología griega, pues era el fruto preferido de Perséfone, diosa que personifica la inmortalidad, y el fruto consagrado al dios de los infiernos, Hades.
Los escudos familiares se dibujan sobre cartelas de cueros recortados, rematados por un yelmo coronado, a su vez, con una guirnalda vegetal. La heráldica, presente en la escultura funeraria desde el siglo XIII, muestra la pertenencia del difunto a la nobleza y a una determinada familia.
En el escudo de los Mendoza cruza una banda transversal y es rodeado por ocho corazones. Descansa sobre una máscara, cuyo empleo se relaciona directamente con los sarcófagos romanos, referencia de los artistas de la escultura funeraria renacentista. En el sepulcro cristiano la máscara es símbolo de la muerte y de la noche.
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En el sepulcro de don Pedro se dispone el escudo de los Loaysa formado por cinco flores de cuatro pétalos. Estas flores se repiten en las basas de los balaustres, en el cojín sobre el que se arrodilla doña Catalina y en aquel sobre el que reposa el cardenal. Se sustenta el escudo en un águila, símbolo de la resurrección por la renovación periódica de su juventud y plumaje, e imagen del viaje celestial del alma del difunto, así como de la victoria espiritual de la vida sobre la muerte. También era un ave representada por los romanos, para quien el águila era símbolo de la divinidad y de poder imperial.
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