En sus años de su adolescencia fue cuando Juana de Lestonnac sintió una fuerte e irresistible inclinación a la vida religiosa. En parte la influían las noticias que llegaban de España sobre santa Teresa de Jesús (1515-1582) y su reforma del Carmelo. También Juana hubiese dado mil vidas por salvar una sola alma de la herejía. Pero la realidad de los monasterios franceses, donde predominaba o la relajación o las ideas calvinistas, le hicieron desistir de su intento. Sabía que su padre no consentiría que ingresase en la vida religiosa tal y como se estaban los conventos de Francia.
Este sacrificio le fue muy costoso, pero lo aceptó resignada, esperando, con la eficacia de la oración, el momento oportuno en que el Señor le manifestase su voluntad. La respuesta no tardó en llegar. Un día, estando en oración en la parroquia de San Eloy, oyó una voz interior que le dijo: “Ten cuidado, hija mía, de no dejar apagar este fuego que Yo he encendido en tu corazón, y que ahora te impulsa con tanto ardor a servirme”. Estas palabras que Juana percibió claramente, aunque sin comprender entonces todo el sentido que encerraban, se grabaron en su alma y fueron para ella como una luz durante toda su vida. Dios iba preparando cuidadosamente a Juana para la difícil misión que tendría que llevar a cabo. Por entonces, esos planes de Dios le exigieron no solo una heroica espera, sino hasta creer contra toda esperanza, pues parecía que sus designios la alejaban de la feliz meta.
El 12 de septiembre de 1573, a sus diecisiete años, Juana se desposó con Gastón de Montferrand. La ceremonia tuvo lugar en la parroquia de San Eloy. Humanamente hablando no pudieron los señores de Lestonnac desear una unión más ventajosa para su hija. La casa de Montferrand, aliada a las de Francia, Aragón y Navarra, era una de las más ilustres del reino. Tampoco era Juana un mal partido para los jóvenes de la Guyena, pues la joven poseía hermosura, grandes bienes y una formación humanística singular. En frase de su tío Miguel, su alma era “una hermosa princesa en un bello palacio”.
Poco se conoce de los veinticinco años que Juana estuvo casada (1573-1597), salvo el número de hijos: dos varones y cinco mujeres. También sabemos que fallecieron a corta edad un hijo varón y dos niñas.
Durante su matrimonio vivió en el castillo de Landirás, situado a unos cincuenta kilómetros al sureste de Burdeos. Después, durante cinco años de viudez siguió Juana, como mujer fuerte, llevando adelante la casa y derramando beneficios en toda la comarca. Hoy solo quedan algunos muros de lo que fue el castillo. Pero quedan como testigos de sus gestos en favor de la gente de la vecindad varias hectáreas de terrenos no adjudicados que pueden ser disfrutados por todos y el vino Jeanne de Lestonnac. En efecto, en el Château de Landirás, la propiedad que fue de la familia Monferrand, se siguen cultivando las vides y en sus bodegas se puede encontrar una variedad de los famosos vinos de Burdeos con el nombre de nuestra santa.
Durante los años de matrimonio y de viudedad podemos suponer que la baronesa no se entregó a la vida fácil que le proporcionaba su condición social, sino que debió sufrir duras pruebas que ahondaron más su vida interior. Solo así se explica que tras el fallecimiento de Gastón decidiera entrar en uno de los monasterios de mayor rigor de Francia: el de las fuldenses de Toulouse, bajo la regla del Císter reformada.