Parece que los primeros intentos de construcción del monasterio de dominicos en Talavera datan del mismo año en que llegaron los frailes, 1520. Más concretamente, el 25 de agosto, día de san Ginés, como afirma el cronista fray Juan de la Cruz. Las obras comenzaron con fray Diego de Pineda, subprior que estaba al frente de la casa durante el priorato de fray Juan Hurtado, dado que este estaba la mayoría del tiempo ausente, ocupado en las fundaciones.
Pero la obra de la iglesia, así como el claustro anejo, son fruto de un proyecto más consolidado. Este comenzó el 16 de diciembre de 1525, día en que el prior fray Andrés de Pangua, primer sucesor de fray Juan Hurtado, firma la “escritura de concierto con Juan Martínez de Aguirre, vizcayno y maestro de cantería para que hiziese la obra de la yglesia de la forma que hagora está labrada y concertaron cada vara de tapia y de pilares de por sí”, y se concluyó dieciocho años después, en 1543, según consta en el Libro Becerro.
El buen ritmo de las obras permitió que ya el 25 de abril de 1536 fuese consagrado el templo con una misa de pontifical, presidida por el cardenal Loaysa. En este día se trasladaron los cuerpos de sus padres a los sepulcros renacentistas realizados para este fin y, a partir de 1546 les acompañaría el de su hijo, el cardenal, fallecido el 22 de abril de ese año.
Por lo tanto, según los documentos, si el trazado de las obras se debía a fray Martín de Santiago, el maestro cantero fue Juan Martínez (o Martín) de Aguirre. Los dos se formaron con otro vasco: Juan de Álava. Esto se debe a que, en muchas regiones y ciudades españolas, a principios del siglo XVI, las empresas constructivas estuvieron casi exclusivamente en manos de canteros procedentes del Norte de la península, fundamentalmente cántabros y vascos.

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Los canteros son los artistas que a golpe de cincel y martillo labran la piedra para posteriormente utilizarla en construcciones. El punto álgido de la cantería llegó con la construcción de las catedrales góticas del siglo XIII, que presentaron características técnicas que jamás se habían visto hasta entonces. Un par de siglos antes, los canteros ya habían empezado a firmar sus obras mediante las marcas de cantería, que no eran otra cosa que un autógrafo que el artista dejaba en su trabajo para poder contabilizar y cobrar sus piedras una vez estaban terminadas. No era extraño encontrar en un mismo edificio varias marcas de cantería, porque normalmente no era un solo artesano el que trabajaba el material. Había distintas especialidades de trabajadores, distinguiéndose entre los que extraían, cortaban, labraban y colocaban la piedra. Suponemos que así sucedería en nuestra iglesia, levantada sobre sillares regulares.

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Los canteros vascos de la España del siglo XVI solían formar cuadrillas, compuestas por un grupo de trabajadores que, aparte de emplearse en obras locales, emigraban en grupo y solían pasar la mayor parte de tiempo fuera de su tierra de origen, para volver a él en invierno, época normalmente inactiva. Sin llegar a formar gremios, sí tenían sentido de grupo. Y así, solían acometer obras juntos, o bien se daban fianzas, o se otorgaban poderes para cobrar deudas.
En Salamanca, Juan de Álava se ocupó de muchas obras que se llevaban a cabo en la ciudad, entre ellas, el convento dominico de San Esteban. En el grupo de los aparejadores que colaboraron con Juan de Álava en la catedral de Salamanca estaba Juan Martín de Aguirre. Por este motivo fue elegido como maestro de cantería del convento de Talavera.
Curiosamente, hay un manuscrito en la Biblioteca Nacional conocido como Manuscrito de Juan de Aguirre (MSS 12744 de la Biblioteca Nacional de Madrid). Se trata de un cuaderno de arquitectura y construcción que incluye una amplia colección de trazados de cantería, así como otro grupo de dibujos de órdenes clásicos y motivos arquitectónicos, entre ellos ocho modelos de trompas. Aunque no tiene fecha ni se conoce el autor, se le puede situar hacia finales del siglo XVI.
¿Será este Juan de Aguirre el mismo que hizo las trompas de nuestra iglesia? No lo sabemos. Solo podemos asegurar que tanto el autor del manuscrito como el maestro cantero de la iglesia tenían notables conocimientos geométricos y gráficos, en particular acerca de proyecciones y desarrollos, así como la capacidad de aplicar estos saberes a los cortes de piedra. Y que lo que uno reflejó en el papel el otro lo supo hacer en la piedra, de tal manera que, a día de hoy, uno de los elementos más característicos de nuestra iglesia son sus trompas.

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Una trompa es una superficie cónica que se utiliza para descargar cúpulas y permite el paso de una planta octogonal a otra cuadrada. No hay que confundirla con una pechina, que permite el paso de una cúpula a una planta cuadrada.

Fuente: Archivo ONS Talavera