Los padres del cardenal Loaysa (y II)

 En su origen el nicho central de los sepulcros estaba ocupado por las estatuas orantes de los difuntos. Sin embargo, hoy tan solo se conserva la figura de la madre del cardenal Loaysa, doña Catalina. De rodillas contempla el retablo, orientándose así, al igual que el templo, hacia el levante, lugar de la salida del sol, parangonada por los padres de la Iglesia con la resurrección. La actitud orante, que se generaliza con gran éxito en la escultura funeraria de la segunda mitad del siglo XV, representa al difunto vivo, mostrando así la inmortalidad de su alma y la espera de la futura resurrección.
Doña Catalina se arrodilla sobre un cojín decorado con una cenefa de flores, que simula un bordado, y rematado en sus esquinas con borlas. Viste una saya de amplias mangas cerradas con lechuguilla y atada a la cintura con un ceñidero, mostrando a través de la moda de la época su elevada clase social. Una toca fruncida cubre su cabeza y sobre su espalda se dispone un manto con numerosos pliegues que subrayan la volumetría de la figura. Pueden apreciarse detalles como los anillos en sus manos, cuyas palmas, como es frecuente en el momento, no son labradas, dada la dificultad de semejante trabajo.
Detalle de las borlas del cojín en el sepulcro de doña Catalina.
Fuente: Archivo ONS Talavera
El rostro, hoy mutilado, nos presenta a la difunta con los ojos abiertos, es decir, con vida, como su alma. Parece que no corresponde a su retrato, sino más bien de una idealización de las facciones de la difunta, que corresponden a la de una mujer de unos treinta años, y no a las de la edad de su muerte. Esto entronca con la teología medieval que considera los treinta años la edad de la plenitud y mantenía que la humanidad, por semejanza con Cristo, resucitaría a la edad de treinta y tres años. En cuanto a la referida idealización, cabe señalar que en el momento se valoraba la gracia y la belleza en la representación del difunto. De hecho, Bigarny fue especialmente apreciado por sus “buenos rostros y semblantes”, sin señal de muerte o decrepitud.
Rostro dañado de doña Catalina enmarcado con la toca.
Fuente: Archivo ONS Talavera
Frente a esta escultura se encontraría la de don Pedro de Loaysa, desaparecida probablemente en el siglo XIX. 
Fray Andrés de Torrejón, en su Historia de Talavera de la Reina (1596), hablando del mecenazgo de fray García de Loaysa en la iglesia de San Ginés, dice que “puso a su padre a la parte del evangelio, adonde está su bulto de alabastro hincado de rodillas y puestas las manos en un siento del mismo alabastro labrado con gran curiosidad y un escudo en el que están las armas de los Loaysa”. A ello Francisco de Soto en el siglo XVIII aporta un dato más: “en el [sepulcro] que está al lado del evangelio, hay un bulto o estatua de un hombre armado e hincado de rodillas”.
Nicho vacío en el sepulcro de don Pedro de Loaysa.
Fuente: Archivo ONS Talavera

El último en describirla fue el historiador talaverano Ildefonso Fernández, que publicó su Historia de Talavera en 1898, un año antes de la llegada de las religiosas que hoy habitan el convento. En su descripción, don Ildefonso, quien visitó en persona el convento de San Ginés, afirma en la página 249 que “los sepulcros de los padres de este Prelado [Cardenal Loaysa] existen hoy todavía al escribir estas líneas colocados a ambos lados del presbiterio”. El del padre “está representado de rodillas y con armadura”. Sin embargo, contradictoriamente, en la página 445, dice que “de la iglesia, hoy en restauración, del ex-convento de Santo Domingo, desapareció, hace muchos años, la estátua (sic) orante del padre del fundador Fray García de Loaisa, que estuvo colocada, en el presbiterio, al lado del Evangelio”.
Un dato para datar la fecha de la desaparición de esta talla son unos dibujos, obra de F. Portalés, que se conservan en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid. En la inscripción que llevan a lápiz en el reverso dice así: «Toledo – Dibujos pertenecientes al oficio / de la Comision relativa a sepul / cros en una Iglesia de Talavera / de la Reina», y debajo, a tinta: «Comision de Monumentos de 12 de Octubre de 1867- / Seccion general de 14 de idem». Por lo tanto, en 1867 ya faltaba la estatua de don Pedro de Loaysa.

Dibujo realizado en 1867 y fotografía del sepulcro de don Pedro de Loaysa. La vista de ambos permite reconocer las partes restauradas a finales del siglo XIX.
Fuente: https://www.academiacolecciones.com/ y Archivo ONS Talavera

Estos dibujos nos permiten comprobar el estado lamentable en que se encontraban estas dos joyas escultóricas, tras la invasión de los franceses, la desamortización de Mendizábal, el abandono del convento y la posterior ubicación de una fábrica de tinajas.

Dibujo realizado en 1867 y fotografía del sepulcro de doña Catalina de Mendoza.
Fuente: https://www.academiacolecciones.com/ y Archivo ONS Talavera

Por eso fue necesaria la restauración encargada por doña Elena de la Quintana, viuda de don Juan Nepomuceno, en la última década del siglo XIX, al tiempo que se acomodaba el edificio para su nueva función de convento-colegio. Esta restauración corrió a cargo del señor Perales, como informa una carta de Luis Jiménez de la Llave, miembro de la Real Academia de Historia, al alcalde de Talavera de la Reina, con fecha de 20 de septiembre de 1897. Don Luis habla explícitamente de cómo doña Elena “ha mandado restaurar los magníficos sepulcros del Consejero Pedro de Loaysa y de su consorte, padres del Illmo. Cardenal fundador”.

Columna abalaustrada en yeso, obra de la restauración de finales del XIX.
Fuente: Archivo ONS Talavera

Concretamente se añadieron en yeso pintado algunos ángeles, uno de los balaustres de cada sepulcro y se repararon pequeñas roturas en los entablamentos y pedestales. Una mirada atenta al conjunto escultórico permite descubrirlo con facilidad.

Cabeza de ángel en yeso, obra de la restauración de finales del XIX.
Fuente: Archivo ONS Talavera

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