La iglesia de nuestro colegio muestra las características que tenían los templos de los dominicos.
Lo primero que hay que indicar es que la iglesia tiene planta de cruz latina, es decir, la nave mayor tiene más longitud que el transepto (el brazo menor). Es una forma anterior al gótico, que hace referencia a la Iglesia como cuerpo místico de Cristo, de la que el templo es imagen. Por tanto, el templo es el lugar de los fieles y el de Dios, así como espacio de unión entre ambos, lo que se manifiesta desde sus mismos cimientos.

Como casi todas las iglesias cristianas hasta el concilio de Trento, nuestra iglesia está orientada hacia el Este. Las razones, según santo Tomás de Aquino (por cierto, un santo dominico), son cuatro: “Es conveniente que adoremos con el rostro vuelto hacia el oriente, primeramente, para mostrar la majestad de Dios, que nos es manifiesta por el movimiento del cielo, que parte del oriente; en segundo lugar, porque el Paraíso terrenal existió en oriente y nosotros tratamos de volver a él; en tercer lugar, porque Cristo, que es la luz del mundo, es llamado «Oriente» por el profeta Zacarías, y en cuarto lugar, porque por oriente será por donde aparezca en el último día, según las palabras del Evangelio de San Mateo”.
La configuración del templo con una única nave posibilita la creación de un espacio diáfano, sin ningún elemento arquitectónico que imposibilite o dificulte la visión del altar. Como los dominicos se dedicaban a la predicación, debían facilitar al fiel, en lo posible, la escucha del sermón, así como la clara visibilidad del púlpito, colocado en el crucero, y del retablo.
Por este motivo las capillas laterales se abrían entre los contrafuertes y se comunicaban entre sí gracias a pequeños arcos interiores. Estos permitían el paso a aquellos fieles que quisieran visitar los restos de sus familiares enterrados en las capillas, sin molestar a la función litúrgica que se celebraba en la nave central.
Tampoco el coro supone una molestia al situarse a los pies de la iglesia y en alto, a diferencia de su ubicación en las catedrales del gótico hispano. Gracias a él no se priva a la comunidad religiosa, en ocasiones muy numerosa, de un espacio lo suficientemente amplio para celebrar el oficio coral.

Fuente: Archivo ONS Talavera
Resulta interesante la breve descripción que hace de la iglesia fray Andrés de Torrejón, en su obra La Antigüedad, fundación y nobleza de la noble villa de Talavera, escrita en 1646. El fraile afirma que “da mucho contento entrar en ella por ser un templo de grande agrado y que provoca devoción a los que lo ven”. Al reflexionar sobre esto escribe que “aunque es verdad que no es de importançia para el alma la grandeza y majestad de las paredes de las yglesias, con todo eso afiçiona ver un templo bien labrado y que esta (sic) limpio y bien adereçado”. De modo que la grandeza del edificio reside no solo en sus dimensiones, sino, sobre todo, en su capacidad de unir al fiel con Dios. El gran liturgista Guillermo Durando en el siglo XIII ya planteaba alegóricamente que la longitud de los muros hace referencia a la longanimidad, virtud necesaria para soportar las adversidades, la anchura de los muros ha de ser generosa, para abrazar a Dios y a los enemigos, y la altura alude a la esperanza de la recompensa futura que recibirán los creyentes.

Fuente: Archivo ONS Talavera
Evidentemente uno de los elementos que caracterizaban a las iglesias de los dominicos como iglesias de predicación era el púlpito, gracias al cual el predicador se elevaba para hacerse más visible y audible. El púlpito de nuestra iglesia se conserva, pero no en su lugar original, que debía ser el punto de intersección entre la nave y el crucero, sino que se halla en la basílica de Nuestra Señora del Prado.
El púlpito, datado en el último tercio del siglo XVI, es de forma hexagonal, formado por piezas aplantilladas, caso raro en la cerámica talaverana. Solo tiene decorados con cerámica cuatro de sus lados, dedicados a los santos dominicos Pedro de Verona, Antonino de Florencia, Domingo de Guzmán y Tomás de Aquino, como puede verse escrito en los nimbos. Además incluye numerosos elementos decorativos renacentistas como estípites, atlantes, mascarones y hojas de acanto, motivos que se repiten en las piezas de cerámica talaverana contemporáneas a este.

Fuente: Wikipedia
El púlpito se relaciona directamente con el estilo decorativo del ceramista flamenco Hans Floris, quien, formado en la tradición ceramista italiana, residió en Talavera desde 1562 hasta su muerte en 1567. Pero quizá no fue él, sino su discípulo directo, Juan Fernández, el autor de la decoración del púlpito de San Ginés.

Fuente: Wikipedia
Este púlpito lo recreó posteriormente los hijos de Juan Ruiz de Luna en 1954, exacto en forma y decoración, pero con las representaciones del arcángel san Rafael, san Juan Bautista y san Antonio de Padua, cuyos nombres llevaban los tres hijos a quienes el famoso ceramista dejó el negocio, y de san Francisco, que lleva la leyenda “A devoción de Francisca Arroyo” (segunda esposa del artista).

Fuente: Wikipedia