Francisco de Sourdis, el influyente Cardenal de Burdeos

El padre Juan de Bordes, de acuerdo con Juana de Lestonnac, redactó un resumen
de los principales puntos de lo que sería su regla de vida y el día 6 de marzo de 1606 presentó al cardenal de Sourdis, arzobispo de Burdeos, la Fórmula del Instituto de las religiosas de Nuestra Señora.
El cardenal, Francisco d’Escoubleau, marqués de Sourdis, había nacido en 1575. El rey Enrique IV le había elevado a la sede episcopal de Burdeos en 1591, cuando apenas contaba dieciséis años de edad y no había recibido más que la tonsura; lo suficiente para que pudiera gozar de tan importante beneficio. Pero la generosidad del rey fue más lejos y obtuvo para Francisco la púrpura cardenalicia, la cual le fue concedida en el consistorio del 3 de marzo de 1599. Cinco días más tarde hacia su entrada en Burdeos.
Incorruptible, despreciativo de los honores mundanos, rompió con la antigua usanza de que el nuevo prelado hiciera su entrada en la ciudad montado a caballo, cuyas bridas debía sostener el jefe de la familia Montferrant. Ante el asombro de todos, el nuevo arzobispo marchó directamente a su palacio, haciendo repartir a los pobres, al día siguiente, abundantes limosnas.

Busto del cardenal Francisco de Sourdis que se conserva en el Museo de Aquitania, realizado por Bernini en 1620.
Fuente: Flickr.com

Era una personalidad muy contradictoria. Con un gran celo por la reforma del clero, no se había apagado en él el espíritu combativo del noble. Con frecuencia se le veía por la ciudad a caballo con altas botas y espuelas, seguido de sus cruciferarios y de sus hombres armados. Duro, enérgico, la irritabilidad de su carácter le llevará, de hecho, a cometer grandes errores durante su gobierno, pero si Francisco de Sourdis fue violento, lo fue por una buena causa. Es en él en quien revierte el gran mérito de la reforma católica en Burdeos. Según sus biógrafos la Iglesia de Burdeos no conocerá un episcopado más activo, más glorioso ni más apasionado. Tal era el hombre ante quien debía presentarse la baronesa de Landirás.

El matrimonio de Luis XIII, rey de Francia y de Navarra, y Ana de Austria asistidos por el cardenal de Sourdis, óleo de Jean Chalette entre 1614-1615, que se conserva en el Museo de los Agustinos de Toulouse.
Fuente: Wikipedia

Juana de Lestonnac encontrará en su arzobispo un prelado celoso y activo, un gran promotor de la reforma en el seno de la Iglesia católica, pero también, y tendrá ocasión de experimentarlo, un jefe enérgico, intransigente y poco accesible a ideas ajenas. Era necesario mucho tacto para entendérselas con un prelado tan autoritario y tan fácilmente irascible, por lo que el padre Bordes juzgó conveniente entrevistarse primero con el cardenal y prevenirlo sobre los planes del nuevo instituto e informarle también de quién era la dama que iba a hacerse cargo de llevarlos adelante.

Escudo del cardenal Francisco de Sourdis en la fachada occidental de la iglesia de San Bruno, en Burdeos.
Fuente: Wikipedia

La acogida del arzobispo fue tan entusiasta y tan grande el interés que puso en conocer con todo detalle la fundación que se le proponía, que el padre Bordes no dudó de su éxito y se apresuró a avisar a la baronesa de Landirás, para que, junto con sus asociadas, se presentase ante el arzobispo, exponiéndole en toda su amplitud el proyecto fundacional. Ignoraba el padre Bordes que una idea similar venía madurando en la mente del cardenal. Es más. El cardenal se sentía depositario de una misión divina, de un mandato expreso del cielo: el de crear en su diócesis un
Instituto de religiosas consagradas a la instrucción cristiana de las jóvenes.
Según estas, el arzobispo, de regreso de Roma, en 1605, pasando por Milán, se detuvo ante la tumba de san Carlos Borromeo a quien había tomado por patrón y modelo en su ministerio apostólico. Allí Dios le manifestó que era su voluntad estableciese en su diócesis un instituto en todo conforme al de santa Ángela de Mérici reorganizado ya por San Carlos, según las normas de Trento, aunque sin exigirles a sus miembros clausura ni votos solemnes, pero si un sencillo hábito y conservando su carácter laical. Muchos obispos de Italia estaban impresionados por el empuje apostólico de estas comunidades laicales, sometidas además a la inmediata autoridad del obispo y no al superior general de una orden religiosa de varones, como era norma en las órdenes femeninas enclaustradas.

Iglesia de San Bruno, del antiguo monasterio de los cartujos construidos bajo el obispado del cardenal Francisco de Sourdis, que compró un gran terreno pantanoso situado a las puertas de Burdeos y ordenó construir la iglesia.
Fuente: https://www.liturgicalartsjournal.com

Pero no le estaba siendo fácil al arzobispo encontrar en Burdeos a la mujer adecuada para llevar adelante su proyecto fundacional. Acompañada del grupo de jóvenes que estaban dispuestas a seguirla, se presentó la señora de Lestonnac en el palacio del arzobispo, el 7 de marzo de 1606, haciéndole entrega a su prelado de dos cuadernos: uno contenía el Abrégé o síntesis del espíritu, fines y organización del nuevo
instituto y el otro cuaderno contenía el texto las Constituciones y Reglas de la Compañía de Jesús, con las modificaciones que se habían juzgado necesarias para su adaptación a una comunidad femenina bajo un régimen de clausura.
Prometió el arzobispo estudiar personalmente el proyecto además de someterlo al juicio de su Consejo y les aseguró su rápida negociación. Toda dificultad parecía resuelta y el entusiasmo dominó en todos, especialmente en la baronesa quien veía ya muy cerca la realización de un ideal tan difícilmente mantenido a lo largo de toda su vida.
La sorpresa fue grande para la baronesa cuando convocada por su prelado, creyendo iba a recibir su aprobación, se percató del gran cambio operado en su ánimo. Con severidad inusitada rechazó su proyecto y ocultándole haber sido aprobado por su Consejo, le dio como razón la inutilidad de esta nueva iniciativa. ¿Para qué fundar una nueva forma de vida religiosa cuando en Italia las ursulinas de San Carlos realizaban ya tan gran labor apostólica? ¿Por qué no unir ella sus esfuerzos a los suyos y poner al servicio de su proyecto, su gran experiencia y su rico patrimonio?
Dos personalidades igualmente tenaces, conscientes ambas de ser depositarias de una misión divina, van a entablar una lucha admirable en defensa de sus más caros ideales. La baronesa de Montferrant contestó con firmeza: “El cielo me ha inspirado otra Compañía, bajo otro nombre y bajo otra regla”, le responderá al cardenal.

Santa Juana de Lestonnac con las reglas.
Fuente: Archivo ONS Talavera

La Reina de los Apóstoles, a cuya honra e imitación debía consagrarse la nueva orden, va a polarizar la defensa que del nuevo Instituto hizo la fundadora. Era esta obra, afirmó ante el prelado, un nuevo socorro en la Iglesia para defender el honor de la santísima Virgen tan ultrajada por los calvinistas. ¿Acaso no le había preservado a ella, a pesar de haber entrado en el seno de su propia familia? Centrada en el carácter mariano de una orden que debía llevar por título “Hijas de Nuestra Señora”, consiguió la baronesa que el arzobispo diese paso libre al proceso de la aprobación. Prueba de esta actitud favorable, fue su deseo de que en la Fórmula que en lengua latina debía ser presentada en Roma, colaborasen los jesuitas. Durante diecisiete días tuvo con el padre Juan de Bordes largas conferencias sobre los treinta artículos que contenía la Fórmula del Instituto, y el día 25 de marzo de 1606, fiesta de la Anunciación de Nuestra Señora, firmó el documento de aprobación de la nueva orden.

Anunciación, obra de Murillo.
Fuente: Wikipedia

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