Las trece fundadoras del convento de la Compañía de María de Talavera de la Reina partieron de Tudela acompañadas de postulantes, de la priora de la casa de Tudela- M. Juana Pérez de Laborda-, de la hermana Rafaela Taravilla, del obispo de Tarazona –don Juan Soldevila-, del confesor de la comunidad tudelana- don Cipriano Lizárraga- y dos sobrinas de la M. Carmen Saavedra que venían como colegialas de la nueva fundación.
Desde Tudela a Ribaforada fueron en coches de caballos. Allí subieron al tren, donde saludaron por vez primera a las dos postulantes que iniciarían su vida religiosa en la nueva fundación de Talavera. El trayecto fue directo hasta Madrid, pues rechazaron los ofrecimientos de otros conventos de la Orden que les habían propuesto pasar por sus casas, como el de Valladolid.
Llegaron a la capital a las 5 de la mañana y se alojaron en el monasterio de las Franciscanas Descalzas Reales, donde la hermana Rafaela Taravilla tenía una hermana religiosa, sor Encarnación. La hermana Rafaela había sido milagrosamente curada por la entonces venerable Juana de Lestonnac y la priora de las Descalzas Reales deseaba que lo mismo sucediese a Sor Encarnación Taravilla, que también se encontraba enferma.
En Madrid la comitiva se detuvo durante tres días para legalizar ciertos documentos y ultimar algunos detalles de la fundación con los testamentarios que las estaban esperando. Durante esos días hicieron vida con la comunidad de las Descalzas, salvo las postulantes que se alojaron en casa de la M. Adelaida Sanz. La comunidad de las Descalzas se volcó con las fundadoras. Hasta les proporcionó el horario de trenes Madrid-Talavera. Posteriormente estas dos comunidades intercambiarían carta de hermandad para comunicarse los bienes espirituales.
Según la última voluntad de doña Elena, las monjas debían encontrarse el edificio perfectamente ordenado, amueblado y dotado. Los albaceas así lo habían hecho, pero en cuanto al mobiliario del convento nada habían comprado, pues no sabían qué necesitaban. De todas formas, advirtieron a la M. Carmen Saavedra que no se precipitase a comprar nada, pues habían dejado en los claustros bajos hasta cincuenta bultos, rotulados y numerados, que contenían desde cálices y ciriales hasta delantales y paños de cocina. En ese momento le entregaron la custodia, que tenía engarzadas las joyas de la pequeña Concepción Peñalosa.