El convento de la Compañía de María de Tudela había sido fundado en 1687. A la comunidad que allí vivía el matrimonio formado por Juan Nepomuceno Peñalosa y Elena de la Quintana les habían pedido un colegio en Talavera. La fundación se haría realidad en 1899.
En aquel momento la superiora de la casa de Tudela era la M. Juana Pérez de Laborda Frauca (1893-1914). La priora entabló una abundante correspondencia con el obispo de Tarazona y adminsistrador apostólico de Tudela, don Juan Soldevila, sobre las condiciones para que se llevase a cabo la fundación, la elección de las fundadoras, la dotación de las mismas y la planificación del viaje: dónde pararían, el alojamiento, la posibilidad de pasar por el Pilar de Zaragoza, etc. A su vez, el obispo se puso en contacto con el cardenal de Toledo, el beato Ciriaco Marái Sancha para obtener las licencias necesarias de las respectivas diócesis y de la Santa Sede. Por fin, don Juan Soldevila levantó el Auto de Fundación el 15 de noviembre, que daba licencia a las religiosas para escindirse, salir de la clausura y establecer “un convento y colegio de la Enseñanza en la forma que las mismas acostumbran a tener”. Para la partida se fijó el día 17 de noviembre.
El 16, en el refectorio del convento, la madre priora leyó la lista de las religiosas que fundarían en Talavera, nombrando priora de la nueva comunidad a la M. Carmen Saavedra, coruñesa de grandes cualidades humanas y espirituales. En la sala de la recreación se dieron los abrazos de despedida. Las fundadoras eran: Carmen Saavedra, Luisa Bax, María Zardoya, Josefina González, Encarnación Delgado, Adelaida Sanz, Coínta Jáuregui, Joaquina Santisteban, Tomasa Artajo, Sofía Barbero, Jesusa Morales, María Pérez de Pipaón y María Salaverría.
En el momento de la partida, el prelado, conociendo la estima que tenían las religiosas en Tudela, para evitar la aglomeración en la puerta del convento, adelantó la hora de salir. Pero no logró su objetivo, pues una multitud de antiguas alumnas y colegialas lo advirtió y “asaltó” la portería del colegio y la calle donde estaba situado. Tal griterío y alboroto se formó, que la superiora no se atrevía a abrir la puerta reglar por miedo a que la multitud entrara atropelladamente en la clausura. Por fin, el obispo pudo poner orden y las religiosas fundadoras salieron del convento a las 4 de la tarde.